Reseña de «John Carter: El invasor invisible de Marte»
por Gabriel Romero de Ávila
O cómo lograr la cuadratura del círculo.
Pocas veces se les da valor a los pasticheros, generalmente porque su labor en la historia de la literatura universal no ha pasado de mediocre. La RAE define pastiche como imitación o plagio que consiste en tomar determinados elementos característicos de la obra de un artista y combinarlos, de forma que den la impresión de ser una creación independiente. En la práctica, un escritor distinto del creador de un personaje ofrece una historia nueva que recuerda a las clásicas —lo suficiente como para agradar al lector antiguo— y que a la vez aporta algo novedoso —lo bastante para que se note su labor—. Ese equilibrio siempre ha sido difícil, sobre todo porque este invento de los pastiches se ha utilizado con más frecuencia por razones mercantilistas y no literarias —exprimir un determinado éxito comercial a cualquier precio, es decir, aunque la calidad de la obra secundaria sea muy escasa—.
Hay solo unos pocos protagonistas a lo largo de los siglos que hayan conseguido tal grado de popularidad como para sobrevivir a su creador y ganarse el derecho a que sus aventuras continúen por mano de otro, igual que han saltado a otros medios como cine, televisión o figuras articuladas. Tarzán, Superman —y con él todos los superhéroes—, Conan o James Bond son algunos de ellos, en ciertos casos con resultados notables. Si bien los pastiches de Conan son infumables en su mayoría, los cómics de Tarzán a cargo de Burne Hogarth o las tiras de prensa de 007 creadas por Yaroslav Horak aportaron aspectos nuevos a la mitología de ambos personajes, y qué decir de las contribuciones de Wayne Boring o John Byrne al universo de Superman. ¿Cuántas de las características que podríamos nombrar de cabeza como atribuibles al Hombre de Acero fueron pensadas por ellos y no por sus creadores, Jerry Siegel y Joe Shuster?
En este complicado oficio del pastichero se ha embarcado Javier Jiménez Barco para ofrecernos su propia visión de algunos de los héroes más significativos del género pulp: John Carter de Marte, La Sombra, Sherlock Holmes o El Borak. En novelas breves, muy similares a los relatos que llenaban las antiguas revistas americanas de los años 30, se dedica a reimaginar aquellas aventuras, darles nuevos trasfondos y aportar una visión moderna con afán descarado de completista.
La primera historia que he podido leer es John Carter: El invasor invisible de Marte, una alternativa al desenlace de Una princesa de Marte, el debut de la saga que escribió Edgar Rice Burroughs entre 1912 y 1943. En esta serie de once libros, el héroe John Carter, un soldado de Virginia, aparecía misteriosamente transportado a un mundo que nunca habría soñado, un lugar violento poblado por cientos de razas en proceso de decadencia y cuya principal ocupación era enfrentarse entre ellas. Enamorado de Dejah Thoris, princesa de Hélium, Carter luchaba contra multitud de enemigos, igual que la familia que iría teniendo, y de vez en cuando volvería a la Tierra por culpa de la misma fuerza que le había cambiado la vida.
La serie marciana de Burroughs se ha convertido, por derecho propio, en una de las aventuras más significativas e influyentes del siglo pasado, con reminiscencias fáciles de identificar en Star Wars, Flash Gordon y casi cualquier obra de ciencia–ficción o fantasía posterior a su época. Es el inicio del subgénero llamado espada y planeta, en el que, a diferencia del de espada y brujería, la magia no es tan importante como el exotismo de un mundo nuevo por descubrir, sus razas, lugares y enigmas.
En eso Burroughs era un verdadero maestro, capaz de imaginar infinitas criaturas —los marcianos rojos, los verdes, los amarillos, los negros, los blancos…— y un sinfín de culturas distintas que se relacionaban entre sí. También dominaba como nadie el ritmo narrativo, con una sucesión de aventuras que no permitían que el lector se aburriera. El héroe encadenaba un peligro con otro, un viaje con el siguiente, y la emoción no se terminaba nunca.
Ahora bien, Burroughs fue un autor de enorme éxito y de una producción tan veloz que con demasiada frecuencia incurría en contradicciones, o bien iba adaptando sus personajes a los gustos del público. Poco tiene que ver el Tarzán de las últimas novelas con el de las primeras, y algo así le ocurrió a John Carter. Una princesa de Marte apareció publicado como serial en la revista All–Story Magazine entre febrero y julio de 1912, y da la impresión de que el escritor improvisó el desenlace sobre la marcha. En el último capítulo, después de una larga historia de batallas entre marcianos verdes y rojos, y de conspiraciones por el trono entre las naciones rojas de Zodanga y Hélium, Burroughs zanja la trama con un «diez años después» y una narración totalmente distinta que habría dado para su propia novela: el final de la atmósfera marciana y la necesidad imperiosa de poner en marcha unas plantas de generación de aire o toda la población morirá sin remedio. Durante 110 años, ese salto en el espacio y en el tiempo ha permanecido ahí sin mucho sentido, y nadie hasta ahora se había atrevido a dar una versión alternativa.
Hasta la labor de Javier Jiménez Barco. En su obra plantea —homenajeando, de paso, al autor original— qué habría pasado si la destrucción de la atmósfera marciana que plantea Burroughs no fuera un hecho casual, sino el efecto de una invasión terrible provocada por otra especie de la que no tenían noticias —pero nosotros sí—: una que viaja por el espacio en cilindros y ataca a bordo de unos enormes trípodes dotados de rayos de calor. Una paradoja tremenda: Marte invadido por Marte… ¿o no?
El invasor invisible de Marte es pura novela de aventuras, es pulp, es steampunk y diversión a raudales. Es una historia que a nadie se le había ocurrido hasta el momento, pero que tiene todo el sentido para poner un epílogo a las primeras correrías de John Carter por el planeta rojo. Es nostalgia por aquellos tiempos y actualidad a la vez. Es un experimento en el que Jiménez Barco nos demuestra lo gran escritor que es al adaptar su estilo al de Burroughs y darle, de paso, un camino nuevo a sus héroes.
Como solo pueden hacer los mejores pasticheros.
Para ver la ficha completa de John Carter: El invasor invisible de Marte , escrito por Javier Jiménez Barco y editado por Barsoom, haz clic aquí.
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